El pájaro robot se levantó como cada mañana, miró por el gran agujero de su pared y vio
que, como había indicado la alarma de su reloj de arena, era ya de día. Se puso
las pilas nuevas que había dejado cargando a la luz de la luna, escuchó un poco
la radio que las termitas emitían en su imparable vivir en el árbol, se engrasó
las costuras y, como cada día, salió a recoger a los pajarillos que tenían que
ir a enseñarse a la protoescuela pájara.
Una vez dejados todos
los pajarillos en la protoescuela, se acomodó en una cabeza cercana y, como
cada día, se quedó mirando y escuchando esa anárquica fiesta de sabiduría que era el continuo recreo
de la protoescuela pájara.
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