Era mi primer día de clase en un colegio nuevo ,que estaba
en un pueblo nuevo, que estaba en el continente. Tendría 11 años y no recuerdo mucho de las
primeras horas de clase, pero me acuerdo del recreo. Recuerdo el miedo a ser
rechazado por mis nuevos compañeros, pero paso todo lo contrario, nada más salir al
patio me rodearon, sentían mucha curiosidad por ese chico nuevo que venía de
una isla y que tenía la piel muy morena. La primera pregunta ¿juegas bien al futbol? Y la primera
respuesta ¿no? … ¿de qué quieres
jugar?...¿de defensa? …respondo yo ante una pregunta que nunca me habían
hecho, como si estas cosas importaran en un partido de recreo, o no por lo
menos en los que yo había jugado hasta ese momento. Organizarse para dar
patadas a una bola de papel con cinta, o una lata, o la sofisticada lata
envuelta en papel de plata envuelta en papel envuelto con cinta adhesiva, era
algo que nunca nos habíamos planteado en los partidos de recreo en la isla. La
cosa es que nos plantamos todos en el campo, previa elección de equipos, donde
para mi sorpresa, soy el primero en ser elegido, está claro que no me creyeron
cuando les dije que no era bueno jugando al futbol. Y, de repente, el mayor de
los milagros, un balón de futbol, de verdad, hinchado, esférico, solo algo
usado… ¡¡ÑUOooOSS!!...expresé. Entonces me di cuenta que también estaba en un
campo de fulbito, con sus porterías reglamentarias, con sus redes y con un
montón de líneas en el suelo que no sabía para que servían.
Arranca el partido, se supone que soy defensa, pero me pasan
a mi primero el balón. No sé muy bien qué hacer con él, así que miro a un
compañero muy adelantado y pateo la pelota. El balón sale disparado más fuerte
de lo que esperaba y, sin yo saber muy bien como, entra en la portería
contraria. Todos se me quedan mirando, uno se me acerca y me dice que he de
atravesar la mitad del campo para poder tirar a puerta, pero están encantados,
tanto que me ponen directamente en el centro del campo. A partir de ahí una
serie de sorprendentes hazañas futbolísticas que jamás pude imaginar. No lo
pensé mucho, y disfruté del momento.
Al terminar el colegio me invitaron a dar una vuelta en bicicleta por el pueblo…
era un problema, apenas sabía montar en bicicleta, y de hecho, no tenía
bicicleta. Me guardé lo de saber montar en bicicleta y solo les dije que no
tenía todavía. Pero no fue problema, enseguida alguien saltó con que me prestaba
una. Que sorpresa cuando vi la bicicleta, era de mi tamaño, no estaba oxidada,
tenía frenos… una California, ¡¡ÑUUooOOSS!!... para mi sorpresa la manejé a las
mil maravillas. Dimos una gran vuelta por el pequeño pueblo; de donde yo venía
algo así era impensable, demasiado tráfico. Pero aquel era un pequeño pueblo
costero que solo tenía bullicio en verano, y aun en esos días, era tan
familiar, que un niño en bicicleta podía andar por casi cualquier calle sin
peligro alguno.
Ya casi al final de la tarde un pibe del grupo dice de ir a
la “casa encantada”… se trataba de un enorme chalet abandonado en una zona
extrañamente umbría del pueblo…algunos dijeron que sus padres les habían
prohibido ir allí y se marcharon mientras les gritábamos gallinas…quedamos solo
tres, yo, el pibe que dijo de ir y que me había prestado la bicicleta y del que
no recuerdo su nombre ni su cara, y una piba con la que me había estado
metiendo toda la tarde, que tenía el pelo rubio y sedoso y un montón de pecas
que le cruzaban la cara de mejilla a mejilla…
La casa tenía la puerta abierta, pero los chicos conocían
una entrada secreta… rodeamos la casa y entramos por un agujero en una malla
metálica. Este agujero daba a una especie de cueva formada por una vegetación
salvaje y densa que no había visto nunca. Por el suelo vi moverse un ciempiés
del tamaño de mi brazo…¡¡ÑUUooOOSS!!... me daba miedo entrar, pero la chica de
las pecas me empujó dentro del agujero haciendo que cayera justo al lado del
enorme ciempiés. Este se levantó sobre sus patas y abrió sus articuladas
pinzas, yo imagino que abrí muchísimo los ojos antes de cerrarlos con fuerza,
cuando los abrí vi unas zapatillas blancas y sucias, unas reebook pump, nada
más y nada menos, eran del pibe que venía con
nosotros, me pregunté si tendría otras para prestarme a mí.
Mientras me ayudaba a
levantarme vi como la piba desparecía por un recodo de la cueva vegetal. Fui
tras ella enrabietado, dispuesto a matarla. Llegue al final de la cueva, daba a
una ventana rota por la que entré dando un ágil salto. Al tocar el suelo
tropecé con algo blando pero no le eché cuenta, tenía un objetivo. Miré
rápidamente toda la habitación. Si no hubiera estado tan cegado por la rabia
habría visto a aquel hombre, a su cuchillo, a su cara, me habría dado cuenta que
lo que había pisado al entrar en la casa era un perro muerto. Pero no, solo la
vi a ella, a sus temblorosas pecas, a su desordenado pelo rubio, a su mirada
horrorizada, allí, contra la pared, acorralada por mí, de esta no se escapaba…
Pero no os preocupéis, fui un pibe con mucha suerte, y como
dije, no jugaba nada bien al futbol, lo único que siempre tuve fue mucha
imaginación… Arranca el partido, se supone que soy defensa, pero me pasan a mi
primero el balón. No sé muy bien qué hacer con él, así que miro a un compañero
muy adelantado y pateo la pelota, pero le doy mal, el balón sale flojo y va a
parar a los pies de un contrario, dos pases y gol. A cada lance del partido voy
siendo cada vez más apartado. Termina la jornada escolar y me voy para casa,
solo, por el camino me cruzo con una
compañera, de pelo lacio y rubio, con mucha pecas en la cara, acabo de
enamorarme por primera vez, me mira y
sonríe. Estoy a punto de exclamar un ¡¡ÑUUooOOSS!!, pero recuerdo que a mi
padre no le gusta nada que use esa expresión. Es una expresión de mi tierra,
que se usa cuando algo te sorprende, se supone que viene de la expresión
¡¡COÑO!!
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